SER-PARA-DIOS
Hoy, Jesús nos muestra un problema ontológico parecido al que se planteaba Parménides con su “Ser y no-ser”, y precisamente la cuestión va en torno a lo que en realidad significa “Ser-cristianos”, a lo mejor son palabras incomprensibles y más en un ambiente en donde a quienes vemos a diario es a éstos que Jesús nombra al inicio del evangelio, pero hay algo más allá que el Señor quiere que hoy comprendamos y pongamos en práctica, y es que la esencia del “ser-cristiano” es que somos para Dios, vivimos, existimos y estamos para Dios.
Solemos decir que, cuando nos tocan a la familia, es una ofensa gravísima que nos llena de ira, hoy Jesús nos toca a la familia pero esta vez no nos causa ira, sino confusión: ¿Tenemos que dejar a la familia radicalmente? ¿No es esto cuestión solamente de curas o religiosos? Ni lo uno ni lo otro, Jesús hoy nos está enseñando sobre nuestro rol en el núcleo familiar, y no es otra cosa que ser signo del Amor infinito de Dios que me invita a vivir por Él y para Él. Lo que quiere el Señor es que saquemos de nuestra mente la idea protagonista o acomplejada de que mi familia sin mí no es nada, y asimilemos que en realidad, la base fundamental de la familia es Cristo, y allí se resuelve la primera en cuestión: la familia Es a medida que Cristo sea, la familia No-es a medida que yo sea; coincide con las Palabras de Juan el Bautista: “conviene que Él crezca y yo disminuya”.
Otro de los problemas ontológicos que se presenta en el Evangelio de hoy es una paradoja: tomar una cruz y seguir a alguien que va a morir en ella, ¡o peor! Perder la vida para encontrarla. Si Jesús hubiese venido al mundo para repetir lo que los sumos sacerdotes, escribas y fariseos habían repetido en muchos siglos, no hubiese tenido sentido su predicación, porque Él vino a traer a nuestra vida algo nuevo, vino a incomodarnos para encontrar en Él la verdadera y plena felicidad.
Tomar una cruz y perder la vida se muestran como signos de “ser-dignos-de-Dios” y, ¿Qué es la dignidad? ¿Es algo que me gano según lo que hago? ¿O es algo que Dios me regaló desde el inicio de mi vida? La pregunta que más nos identificaría sería ¿Por qué no uso esa dignidad que Dios me dio? ¿Qué gano con tenerla guardada sólo para sentir un aire de grandeza que ni yo mismo me creo? Ser digno de Dios es vivir para Él, y vivir para Él es perder la vida para el mundo, es ir contracorriente como Jesús mismo lo fue y más aún en una sociedad en donde el bien se muestra como un delito y el mal como un orgullo.
En este mes, muchas personas conmemoraron “el orgullo” algo que se presta, bien sea para exaltar por todo lo alto a personas que por sus experiencias o vivencias han decidido pertenecer o instintivamente pertenecen a un estilo de vida con una orientación sexual específica y mostrarle su apoyo, o también se presta para destruir, denigrar la dignidad humana, de ambos lados: por homofobia y no reconocer que ellos también son hijos de Dios y tienen dignidad, o por un extremismo que desestima el propio valor de la vida, de la familia y de las virtudes que Dios nos ha regalado. La Iglesia ha sido clara en este aspecto: “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.” CEC 2358 y “Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”. CEC 2359.
El asunto es ¿Cuánto estamos dispuestos a perder la vida para que todas las personas tengan los mismos derechos pero también, cumplan los mismos deberes? ¿Cuánto estamos dispuestos a perder la vida y denunciar lo malo, sea del lado que fuese, y pregonar lo bueno? ¿Cuánto estamos dispuestos a perder la vida apoyando a personas con condiciones distintas a la nuestra, pero también perdiendo la vida pregonando los valores de la familia tradicional cristiana? La Iglesia de nuestra época no es una Iglesia de tibios, debe haber un radicalismo cristiano, y ser un cristiano radical no me convierte en un homofóbico o un “ultra progresista”, ser un cristiano radical me convierte en una persona que vive profundamente esa dignidad de Hijo que Dios le regaló desde que nació.
Con nuestro bautismo, dice Pablo, quedó sepultada nuestra vida de muerte, qué palabras tan contundentes en este siglo XXI donde la cultura de la muerte ha tenido más campaña que los políticos de todos los países del mundo, qué mensaje tan contundente nos trae el Señor en su Palabra en un tiempo de vulnerabilidad, en donde la misma naturaleza nos ha enseñado que lo más importante, por encima de cualquier cosa es la vida, eso es precisamente Ser-para-Dios y perder la vida para encontrarla: ir en contra de la corriente de la muerte que está llevando al mundo a una terrible perdición, anunciar lo hermoso que es ser hijos de Dios, lo grandioso que es la vida y denunciar tantas corrientes que amenazan la dignidad humana, denunciar el aborto, la violación a mujeres y menores de edad, el desorden sexual en muchos jóvenes, la eutanasia, el que los niños sean visto como un objeto que puedo comprar cuando quiero, denunciar las grandes amenazas de la familia tradicional cristiana, y también denunciar los abusos, las injusticias, la falta de respeto, los maltratos, tantas cosas que han recibido las personas por su condición política, social, económica, cultural o sexual. Esto es perder la vida, perderla para el mundo pero encontrar la plenitud de la felicidad en aquello que Dios quiere para mi vida: Anunciarlo, vivirlo, encontrarlo y nunca perder lo bueno que es ser su discípulo.
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