EL AMOR DEL PADRE Y DEL HIJO


Cincuenta días después que Dios liberó a Israel de la Esclavitud, el mismo Dios, en el Sinaí le entregó las tablas de la Ley a Moisés, confirmando así, las hermosas palabras de la Alianza bilateral: “Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ex 6,7-9) Por eso, los judíos se reunían en una fecha llamada “Pentecostés” cincuenta días después de la Pascua para conmemorar ese hecho.

Siete semanas después de la celebración de la Pascua, los judíos se reunían para celebrar la “fiesta de las semanas” o “fiestas de las mieses” donde le daban gracias a Dios por los frutos y las primeras cosechas, por eso el día de nuestro Pentecostés, había gente de todas las regiones en aquél lugar, porque había fiesta.
También, 50 días después de una Nueva Alianza, de un amor consumado en la cruz y de una muerte derrotada por el esplendor de la resurrección, doce hombres y una Madre reunidos en la oración, en un ambiente íntimo, pero también de temor, recibieron los frutos de esa Pascua Eterna de Cristo, recibieron el fruto de aquello que se sembró en el hecho de nuestra salvación, recibieron el fuego del amor del Padre y del Hijo, recibieron al Espíritu Santo, y así se manifestó lo que Cristo mandó: anunciarlo a todos aquellos que no lo conocen, anunciar su Evangelio, la Buena Noticia de que Dios-con-nosotros nos salvó de la muerte y nos invita a hacer un cambio trascendental y radical en nuestras vidas. Hoy es la fiesta del Espíritu Santo, este juego de amor entre el Padre y el Hijo, un amor consumado que renueva la faz de la tierra.

El Espíritu Santo rompe cualquier barrera

En la primera lectura meditamos lo que vivieron los Apóstoles y nuestra Santa Madre, estaban encerrados por miedo a los judíos, pero también estaban en oración y el Espíritu se manifestó con un gran soplo y estruendo y lenguas de fuego que les hicieron salir, y aquí es donde se manifiesta la Iglesia que Dios en su designio pensó y que nació del Costado de Cristo en su muerte, una Iglesia manifestada en la valentía, que comunica la salvación y que une en un solo entender, a todas las lenguas, razas, culturas que pudiesen existir.
Fue el Espíritu Santo que rompió la barrera del miedo al os Apóstoles para poder anunciar una nueva vida en plenitud. ¿Cuáles son las barreras que me impiden ser feliz? Barreras como la vergüenza de ser cristiano, el egoísmo con los hermanos, el miedo a perder cosas pasajeras, son barreras que impiden encontrarnos con Jesús y por lo tanto impiden la acción del Espíritu Santo en nuestra vida: encontrarnos con ese acontecimiento que nos da plenitud. El Espíritu Santo rompe cualquier barrera que hay en tu vida que te ha impedido ser feliz y que te ha impedido encontrar lo que tanto has buscado en cosas vanas.
De igual manera, el Espíritu Santo rompió la barrera que en aquél relato de la torre de Babel se describe, la barrera de la desigualdad y de la mala comunicación entre nosotros. ¿Cómo es posible que tantas personas de diferentes lenguas hayan escuchado y entendido lo mismo? Por la acción del Espíritu Santo que rompe estas barreras. Hoy en día, hablamos en un mismo idioma y ponemos la barrera del silencio, y decidimos no hablarle al hermano, pero en el mundo sucede algo peor: en estos tiempos de crisis, la comunicación se ha convertido en incomunicación, y se ha dejado de comunicar buenas noticias para comunicar las peores y causar temor. Los medios de comunicación son utilizados para infundir todo aquello que no viene de Dios, esta no es la acción del Espíritu Santo. Sin embargo, el Espíritu de Dios rompe esta barrera, y a pesar de que divulguen cualquier cosa, Él se sigue manifestando en nuestra vida como lo que es: El Amor del Padre y del Hijo.
Nuestra fe no es posible si no es por la acción del Espíritu Santo, es Él quien hace posible que todos podamos unirnos sin importar nuestra condición, nuestra forma de pensar o nuestros dones, y es esto lo que Pablo le escribió a los Corintios, porque el Espíritu Santo también rompe la barrera de la desunión y nos hace comprender que todos somos miembros de un solo cuerpo, un cuerpo que no tiene barreras sino que se lanza hasta los confines del mundo para anunciar a Cristo y cambiarle la vida a todos aquellos que no han encontrado la felicidad. En este día, deja que el Espíritu Santo rompa tus barreras.

Un Espíritu de Misericordia y de amor

Jesús vino al mundo a borrar la imagen de un Dios vengativo o castigador, y cambiarla por la concepción de un Dios de misericordia y de amor. La experiencia de Jesús resucitado trae a nuestras vidas amor y misericordia, y es por eso, que el fruto de la Pascua es la manifestación del Espíritu Santo, que nos deja sus dones y sus frutos, para realizar nuestra vida por el buen camino. El Espíritu nos da Ciencia, consejo, fortaleza, temor de Dios, piedad, sabiduría e inteligencia, y nos llena de sus frutos: Caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad. Estos dones y estos frutos, nos impulsan a vivir plenamente el amor y la misericordia de Jesús, meditada en el Evangelio de este Domingo de Pentecostés.
En el Evangelio vemos cómo Jesús instituye el sacramento de la confesión, por medio de la efusión del Espíritu Santo y hoy, dos mil años después, seguimos siendo testigos de esta misericordia. Por eso, el Espíritu Santo, es el consolador de consoladores, porque infunde en nosotros la misericordia y el amor de Dios.
Cuando acudimos al Sacramento de la confesión, dos de los frutos habitualmente sentidos en el instante del perdón de los pecados, es la paz y el gozo de saber que Dios me perdonó, esto no es otra cosa que la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.
Queridos hermanos, dejemos que el Espíritu Santo renueve nuestra vida, dejemos que ese amor entre el Padre y el Hijo aletee en nuestro corazones, se mueva en nosotros, y nos haga renacer en el Amor de Dios. Hoy estamos llamados a ser testigos del amor del Padre y del Hijo, hoy se manifiesta la Iglesia para cumplir su misión: Buscar discípulos y formarlos, evangelizar y catequizar, pero sobre todo, vivir en plenitud el Amor y la Misericordia de Dios.
Que el Ruah (Soplo) que Cristo hoy infunde en nosotros, nos conduzca a hacer el bien, y que el Espíritu Santo derribe cualquier barrera que nos impida encontrarnos con Cristo.
¡Ven Espíritu Santo y renueva nuestra vida!

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